lunes, 23 de junio de 2008

DE COMO SE DIERON LA MANO SAMUEL FEIJOO Y PAUL MC CARTNEY


SANTO DOMINGO Una tarde de invierno de 1982 llegó el poeta, folclorista y antropólogo cubano Samuel Feijóo a Moscú. Iba de viaje hacia la India ("llevo un mensaje secreto de Fidel a Indhira Gandi, la CIA me está siguiendo", decía el viejo loco en su desenfreno lírico). Un amigo y yo lo fuimos a recoger al aeropuerto y lo llevamos al hotel de tránsito envuelto en un paltó. Había arribado a Moscú con menos 21 grados en un tshirt anaranjado de una brigada de macheteros, bajo un sobrerito de hule negro. Al día siguiente siguió camino en un vuelo de Aeroflot hacia Nueva Delhi.


Feijóo era vegetariano. Al regreso de la India, apareció por la portezuela del avión temblando de hambre y no de frío. "Llévenme a casa de Raúl Ferrer a comer una sopa vegetariana. En estos quince días lo único que he comido son manzanas y uvas", dijo. "Como la CIA anda detrás de mi, no he comido nada en restaurantes, no vaya a ser que me envenenen", expresó. Lo llevamos a casa de Raúl, previamente habíamos llamado a Raquel, la esposa del poeta y consejero cultural, para que sacara las carnes de la sopa y la presentara como vegetariana.


El viejo autor del libro "Ser" sustentaba su vegetarianismo en una filosofía muy personal, que ahora reencuentro en unas declaraciones de Paul Mc Cartney. Decía el director de la revista "Islas" que le daban pena las vaquitas y los cerditos, que comérselos era un abuso a esas criaturas de Dios. No así en cambio los peces. Feijóo comía pescados porque los peces son abusadores; los peces grandes se comen a los pequeños.


Paul Mc Cartney acaba de declarar a la revista The Glocer que los lunes deberían declararse libres de carne, porque la propuesta de un día a la semana sin carne es muy popular en países como Australia, desde que la gente se enteró de que la cría de vacas daña el medio ambiente por las emisiones de gases de efecto invernadero. Y más adelante manifestó: "No extraño en absoluto ningún plato de carne, sí extraño el olor a tocino, pero no lo tocaría porque sé de donde viene. Cuando veo a un pedazo de tocino veo a un cerdo, veo un pequeño amigo y es por eso que no lo puedo comer”.